jueves, 6 de octubre de 2016

Cuando te vienen a buscar... (Relato VI)



Casi sin fuerzas, Abel se dejó caer pesadamente en el sofá de su casa. Un estresado día  laboral, había aniquilado el último gramo de energía que le quedaba. Pensó en masturbarse como método efectivo para eliminar (con cada eyaculación) la pesada carga que recaía en sus hombros. Y es que ser repartidor de insumos médicos no le dejaba tiempo para casi nada más. Su vida era un vaivén de cosas a veces de lo más bizarras. Y que una en particular lo estaba haciendo creer, que  su cordura se iba comprometiendo poco a poco. Porque desde hace algún tiempo, veía a todo tipo de personas en la calle que lo miraban fijo. Y el sin entender nada, los saludaba amablemente, pero nunca (en ningún momento) le devolvían el saludo. Y de eso ya iban casi tres semanas. La primera vez, un día como cualquiera, pero muy apacible. Se le quedó mirando una atractiva mujer con las tetas más grandes que había visto en su vida. Para él, podría haber sido una muy buena oportunidad para ligar. Ya que aquella hembra era única y absolutamente penetrable. Pero algo en ella que lo hizo estremecer. Su mirada era penetrante, constante, y absolutamente amenazante. Motivos suficientes para dejar de lado cualquier intención con fines carnales. Así es que, como es obvio corrió como Forrest, con su pene erecto que palpitaba sin parar, escapando quizás de un posible peligro. Pero sólo hace un par de días, pudo corroborar con horror que aquellas personas no eran tales. Mientras salía de un prostíbulo, un hombre de edad avanzada lo escrutaba imperturbable desde la acera de enfrente. Esa noche había sido una de las más calurosas de Febrero. El viejo estaba justo debajo de un poste de luz tenue, que le daba un aspecto extrañísimo a todo su semblante. Abel no estaba tan borracho como para pasarlo por alto. Lo miró fijo, y algo llamó escandalosamente su atención. Aquel hombre no tenía piernas. Desde la cintura para abajo se comenzaba a difuminar todo el resto de su figura. “Eso” era un torso flotando entre el tiempo y el espacio. Su impacto no se hizo esperar, haciendo que emitiera un alarido tal, que casi todas las putas salieron a la calle a ver que pasaba, (a una de ellas incluso le chorreaba semen por la comisura de los labios). Y se encontraron con el que había sido su semental, su macho recio. Tirado en el suelo, tiritando en posición fetal. El pobre pasó una semana con licencia médica. Pero ahora, más recuperado, decidió no prestarle más atención a algo que no tenía una explicación empírica posible. Quizás eran almas en pena, que por algún extraño motivo le querían dar algún tipo de mensaje. Una fuerte algarabía que provenía de la calle, lo hizo salir abruptamente de sus vagas reflexiones sobre lo normal y lo paranormal. Fue a mirar que había pasado, al parecer una horrible tragedia había acontecido. El tumulto que se hacia cada vez más grande no dejaba ver nada. Solo podía ver las espaldas de las personas que observaban con espanto. Como en una especie de cámara lenta tres de ellos se voltearon y lo miraron fijo, mientras apuntaban hacia él. Abel confuso, se dio cuenta que señalaban debajo de su cintura. Y horror de horrores. Sus piernas habían desaparecido. Se había convertido en  “algo” flotando entre el tiempo y el espacio. 
 Tommy M. (Prometheus Sulaco).

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