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Cada uno con sus linternas trataban de iluminar la entrada a aquella catedral. Mientras se abrían paso no sin dificultad, tratando de no tropezar con los múltiples objetos que dominaban gran parte del suelo. Todo estaba tan deteriorado, que era casi imposible determinar el tiempo que ese lugar estaba abandonado. O lo que era más extraño aún: ¿Quiénes habían vivido ahí? ¿Por qué se fueron? Algunos cuadros representaban la expulsión de Satanás del cielo y cosas como esas. Pero no tardaron en darse cuenta que los motivos demoníacos era un denominador común en todo el diseño del lugar. No había nada que los hiciera sentir tranquilos en ningún momento. Cuando se acercaron al altar, miraron una tenue luz rojiza que provenía de un pasadizo que iba en descenso. Algo los estaba invitando a seguir aquel camino. En completo silencio descendieron y con la inevitable sensación de peligro que comenzaba a crecer en cada uno de ellos. El opresivo lugar se veía más y más reducido a medida que avanzaban. Haciendo que caminaran encorvados por momentos. Momentos que a ellos les significó una eternidad. El sudor y la respiración acelerada anunciaban que la angustia los comenzaría a devorar en cualquier momento. Por fin una luz más potente al final de su recorrido alivió un poco sus estados alterados. Pero que no duró mucho, cuando observaron con horror a su pequeña hija amarrada de brazos y piernas elevada a un par de metros del suelo, semidesnuda e inmóvil. Todo el lugar estaba iluminado sólo con velas negras, y simulaba un macabro altar de muros hechos con cráneos y huesos humanos.
Ninguno pudo contener las lágrimas. Y cuando corrieron hacia la pequeña para socorrerla, esta vomitó un impresionante flujo de sangre que los empapó a todos. Haciéndoles detenerse en seco. Y fue entonces que escucharon un gruñido de ultratumba que hizo retumbar toda la estancia. Sucumbidos al temor, se estremecieron cuando vieron descender tres hombres altos y fornidos con un gran abrigo negro y unas alas envueltas en llamas. Agalariept se posó a la izquierda de la niña agonizante, Behemoth tomó lugar a su derecha, y Balthazar se posó entre sus piernas, de espaldas a ella. Mirando con profundo odio a aquella familia que no hacia otra cosa que pedir clemencia entremedio de sus heces y orina. La profecía debía cumplirse, y la niña había nacido con la marca que salvaría a la humanidad de los males que ellos mismos habían creado. Pero Satanás jamás se había cansado de dar con ella, generación tras generación, legión tras legión. Y la haría sufrir inmisericorde para que el plan de Dios nunca sea llevado a cabo. El humano debía seguir sufriendo hambre, enfermedades y todas las peores penas del infierno. Porque simplemente no quisieron entender el real motivo por el cual habían sido traídos a la tierra. Y ahora el inicio de un nuevo orden mundial se estaba ejecutando. Y los emisarios de Satanás estaban haciendo un gran trabajo de doblegar sus fuerzas y hacer caer la débil voluntad humana. Aquella familia no significaba absolutamente nada para Balthazar. Serían un puñado más de simples mortales de los que bebería su sangre y luego cometería todo tipo de perversiones sexuales con sus cadáveres. Desde que fue obligado a renunciar a ser humano, cumplió a cabalidad con cada uno de los mandatos del altísimo. Y esta noche todo debía concluir. Estiró su mano provista de afiladas garras, y de entre las osamentas salió disparado hasta ella un crucifijo antiguo. Mientras la familia era elevada con los brazos extendidos y las piernas juntas. Absolutamente desprovistos de todo control sobre su cuerpo. Eran obligados a observar el inicio de la tortura al que la pequeña Lily sería sometida. Agalariept y Behemoth volaron hasta ellos y tomaron a la fuerza a Lourie mordiéndola varias veces hasta desgarrar su piel. Los gritos se oían amplificados en esa especie de caverna de lamentos y gemidos. Behemoth le despedazó completamente el rostro y terminó con ella lanzándola con un poder terrible hasta un grupo de filosos escombros que terminaron por atravesar su lacerada carne. Agalariept se posó detrás de los sobrecogidos padres. Mientras los manchaba con la sangre de su querida hija mayor, que emanaba de aquella impresionante hilera de filosos dientes. Balthazar por su parte tomó el crucifijo con las dos manos y violentamente penetró integro aquella inocente entraña, que se desgarró completamente. Su pequeño cuerpo se retorcía en espasmos de dolor y gritos. Balthazar con una sola mano le arrancó un brazo. Y lo lanzó a cualquier parte, mientras los muros de huesos se teñían de sangre inocente. Con la mente y sus almas trituradas, los padres no paraban de gritar maldiciones y pedir clemencia. La niña daba signos de estar teniendo un ataque cardíaco. Pero Balthazar no perdió tiempo, se puso a la altura de su cabeza, hundió sus aterradoras garras en su cuello y con la ferocidad de una criatura de las tinieblas se la arrancó de una sola vez. Luego la ensartó en una de las tres púas que había en el altar, extendió sus alas de fuego y comenzó a recitar un conjuro. Agalariept retorció las cabezas de los padres, hasta que la separó de sus cuerpos. Los ensartó cerca de la niña que había muerto con una horrible expresión en el rostro. Los dos extendieron también sus alas y se quedaron inmóviles. Un gran terremoto se hizo sentir, desde los cielos se escucharon ruidos atemorizantes, las luces se apagaron, las estrellas desaparecieron. La suma de todos los males se acercaba para ocupar un lugar que no le correspondía. La tierra se abrió, dejando escapar las llamas del averno. Gente buena y mala sería torturada por igual. Nadie quiso escuchar, todos dijeron que este día jamás llegaría. Y ahora ya nada más quedaba por hacer, que esperar una muerte dolorosa y cruel.
Tom. M (Prometheus Sulaco).