
-Papá, con mi hermana Lourie y mamá estamos listas hace media hora ¿vamos a salir o no?
-Ya voy hija, escribo un par de líneas más y termino.
-Pero todo este rato me has dicho lo mismo. No cumples tus promesas, y ya no te voy a querer más.
-Bueno, vamos, mañana sigo ¿ya están listas?
-¿!¡? Ya te dije que si. Que raro te pones cuando escribes.
Aquella tarde de picnic en familia, era el primero desde que la pequeña Lily había sido dada de alta. Luego de que le trataran una grave insuficiencia pulmonar. A sus cortos ocho años, ya había tenido un par de encuentros con la muerte. Y nada mejor que un paseo por el parque para que todos liberaran tensiones. Juan, su padre pasaba horas y horas en su despacho, tratando de terminar su nuevo libro. Pero también tenía una familia de la que ocuparse. Ya su esposa Lorene así se lo había echo entender. Por ello, lo correcto era que todos se sintieran a gusto aquella tarde. Pero ya comenzaba a oscurecer. Y mientras recogían sus cosas, Juan aprovechó para caminar un momento mientras se lo permitiera la poca luz que quedaba. Se quedó admirando un paisaje que se volvía cada vez más lúgubre. Pensó en un posible final para su libro. Pero ruidos que provenían de los árboles lo distrajeron. Trató de forzar su vista casi en vano y lo que vio lo dejó dividido entre la sorpresa y el horror. La silueta de un hombre que al parece vestía un abrigo largo flotaba entre las ramas más altas de los árboles. Sin perder tiempo, sacó su smarthphone para grabarlo en video, pero los gritos de su familia lo llamaban incesantemente. Lorene y Lourie lloraban mientras nerviosamente trataban de iluminar el lugar con sus linternas. La pequeña Lily había desaparecido.
La noche anterior, había sido lejos la más angustiante para aquella familia. Laurie, fue la primera en levantarse. Y lo que menos podía hacer era dormir. Se dirigía a la cocina, cuando vio que alguien tiraba un papel por debajo de la puerta principal. Rauda fue a mirar de quien se trataba pero no alcanzó ver a nadie. Sin disimular su temor, abrió la nota y fue a despertar a sus padres. Los tres estaban siendo convocados a un lugar desconocido y con una amenaza latente: “si no quieren que su querida hija muera, no avisen a la policía”. Esperaron hasta altas horas de la noche para salir. Y sin tener más opción, llegaron, no sin dificultad al lugar señalado. Que no era otra cosa que una especie de pueblo abandonado a las afueras de la ciudad. Buscaron el nombre de la calle, y lo que estaba frente a ellos no podía dramatizar aún más su angustiosa situación. Una enorme iglesia estilo neo-gótico, ubicada en la avenida Nuestra Señora Del Perpetuo Flagelo (como una especie de broma de mal gusto, habían cambiado esta última palabra pintandola de rojo) se imponía como fin de su búsqueda y el inicio hacia lo desconocido. (Continuará…)
Tom M. (Prometheus Sulaco).
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